
"...Acababa de entrar en otro vagón. Aquella muchacha era distinta. Cabello negro, marfileña palidez, ojos con la profundidad y las tinieblas de la noche en ellos. Los tristes y orgullosos ojos del sur…El que aquella mujercita estuviera sentada en aquel tren, entre aquella gente opaca e impersonal, obedecía a algún inexplicable error. No podía ser que viajara en dirección a un lugar que ni ella misma sabía, lo único que estaba claro es que iba en busca de su amor.
Su puesto estaba en un balcón jugueteando con una rosa o un clavel, y a su alrededor el ambiente debía estar cargado de polvo, de calor y olor de sangre y arena. Tenía que estar en algún sitio espléndido, no en un vagón de tercera clase.
Un hombre observador no dejó de notar el estado negro del abrigo de la joven, lo barato de sus guantes, los sencillos zapatos y la chillona nota de un bolso rojo llama. Y, sin embargo, en esa muchacha había esplendor, finura, exotismo. ¿Qué diablos hacía en aquella tierra de nieblas, frías e industriosas y presurosas hormigas? “Tengo que enterarme de quien es y lo que hace aquí”- pensó. “Tengo que enterarme”..."